El silencio que se tumba contra la tarde cordobesa, mezclado con el efecto de las flores de Bach que preparó mi prima para el estrés, le dan a este instante de domingo cualidades de eternidad.
Por la ventana, un jacarandá enfervecido.
Unas tubas describen la entrada de Harry Potter a Hogwarts en “Harry Potter y el cáliz de fuego”; película que se representará esta tarde con una orquesta juvenil en un pabellón de este multiespacio donde nos alojamos.
También esta noche, después de la orquesta, daré un concierto.
Es el último de esta gira por Argentina y Uruguay, a la que he venido con mi hija, quien pasa casi todo el tiempo con su abuela y primas, guardando recuerdos de primavera porteña en un cuaderno floreado.
Me dice, antes de dormir, que no quiere volver a España; yo pienso que es un buen síntoma; uno nunca quiere irse de donde lo pasa bien, y los recuerdos de los 11 años pueden ser algún día un refugio cálido y solvente, sonrisas para el futuro.
Por cierto, esta mañana pasé por una calle hermosa cuyo nombre he olvidado. También entramos con mi viejo a un sitio donde servían únicamente locro y humita, de los cuales comimos respectivamente. La mezcla de lo dulce del choclo con lo picante de la salsa del locro me ha sabido hoy a milagro.
Me acuerdo cuando extrañaba, cuando las cosas que no tenía me daban puntadas en el estómago. Ahora ya no extraño mucho porque, como dice la canción, no soy de aquí ni soy de allá, o estoy cerca de transitar el borde grisáceo de una media vida aquí y otra allá, y eso, aunque me dota de una libertad que me costaría explicar a la hora de tomar ciertas decisiones, a veces me vuelve algo fría. La distancia a mis dos vidas, desde sus distintos puntos fijos, me permite ver las cosas con algo de claridad, ¿cómo se dice? Con P-E-R-S-P-E-C-T-I-V-A, sin estar teñidas de tanta emocionalidad. Quizás también ayude a eso de la objetividad en algunos casos.
Cosas esenciales, como la justicia por ejemplo, o los contextos, se me vuelven fluorescentes, necesarias de ser pronunciadas.
Después hay cosas conocidas que despiertan una especie de orgullo nacional desenfrenado: las canchitas de fútbol 7 los viernes a la tarde, el olor a choripán en las calles pase lo que pase, las panaderías y sus números eternos…Buenos Aires podrá tener lo que quieras, pero lo que realmente conmueve es la intensidad de la amistad y la calidez familiar que se respira en sus calles. No digo que no existan en otros lugares, pero ahí se siente de forma especial, palpable.
(Todas las entregas me grabaré una canción en la primera toma para intentar capturar algo del entusiasmo del primer momento de aprenderse una canción.)
Anécdotas como caramelos encontrados en bolsillos de este viaje:
Cuando viajo a Argentina nunca llevo mi guitarra. Mi amigo Floro Aramburu es siempre el encargado de prestarme la suya, una criolla perfecta con enchufe y previo Fishman, divina… El sábado 19 tuve el concierto más importante, me animo a decir, de mi vida; fue en La Trastienda. Floro lo sabía y, aunque él tenía concierto esa misma noche (cosa que siempre para un artista es algo importante), tocó con una guitarra prestada y me dejó la suya casi como si no fuera gran cosa: la amistad como bandera; así, bien exagerada, de quien no es de aquí ni es de allá.
En Montevideo canté con Fernando Cabrera, que es mi ídolo, y me dijo que mi música era muy argentina. Me sentí halagada.
En Córdoba me encontré con un amigo que acaba de estrenar un documental hermoso sobre guitarras que les recomiendo: “El sonido de antes” . La reivindicación de los oficios artesanales y que se pueden hacer con las manos me conmovió. Después de la película nos fuimos a un bar que quedaba en medio de la nada y caímos en un stand up que, lejos de asustarme (los stand ups me asustan bastante; siempre me da miedo que me saquen al escenario o algo así), me emocionó profundamente. Lo sorprendente, en cualquier lado, por todos los lados, encontrar en medio de la nada, una pizca de esperanza.
Mi querido Floro Aramburu (el de las voces más linda que jamás escuché, vean), enseñándome una parte de Buenos Aires. El punto justo en dirección a Madrid.
¿Cuáles fueron tus anécdotas fluorescentes esta semana?
Te leo,
GUA
El domingo pasado hice algo que hace mucho el cuerpo me había pedido dejar de hacer... Que es hacer un viaje en Cole ida y vuelta en el día.
Fui a Córdoba desde Santa fe (6 horitas contando el Cole de línea también) cuál adolescente a escuchar a una artista que me encanta. Con cuarenta vueltas alrededor del sol, y teniendo que trabajar el lunes... La espalda me recordó el porque no lo hacía.
El recuerdo fluorescente serán mis lágrimas y sonrisas al escuchar a Guada en vivo en primera fila... El abrazo y su sonrisa al final... sus palabras diciendo que nos recordaba a cada uno del recital del año pasado.
Qué hermoso
compartiendo estos sentipensares, antes también extrañaba todo de mi tierra, al nivel de las lágrimas por un cañoncito con dulce de leche, un sanguchito de miga o una pizza de verdura y bechamel.
Me angustiaba pensar que ese proceso de "enfriamiento emocional" me haya desarraigado por ya no sentir a esa flor de piel...
Mi anécdota fluorescente es haber podido reproducir el sabor casi intacto de una torta de cumpleaños para el ser que me acompaña en este camino hace tantos años... nada puede hacernos mal 🎶🎵